A diez años del
levantamiento democrático de Locumba contra el régimen fujimorista,
Ollanta Humala trazó su camino con miras a elecciones del 2011.
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Vibrante aniversario | |||||||||
Cuando Ollanta Humala alcanzó el punto culminante de su discurso, refiriéndose a los millones de peruanos
excluidos del modelo económico, el coliseo vibró. De un lado a otro
podía verse que la multitud presente allí estaba formada por vecinos de
ese bastión popular limeño, ajenos a los beneficios del crecimiento y
otros indicadores macroeconómicos de que alardea el gobierno.
Igual
entusiasmo desató el llamado a la más amplia unidad, por encima de
diferencias ideológicas que deben quedar atrás en un programa común que
impulse a las fuerzas progresistas, las organizaciones populares y los
movimientos regionales, a buscar el gobierno y la transformación del
país en las elecciones del 10 de abril de 2011.
Diez años después del levantamiento militar y social de Locumba, el discurso del comandante Ollanta Humala y la propuesta nacionalista han madurado, comentaban los periodistas que cubrían el acto.
Así
lo confirmaba al menos un video preparado para la ocasión que, además
de servir para la nostalgia, dejaba ver los primeros encuentros del
teniente-coronel rebelde con la prensa y sus criterios sobre lo que
debía hacerse en el país.
Allí, en uniforme de campaña, Ollanta
explicaba su rebelión como una obligación moral frente al inmenso baldón
de vergüenza que había caído sobre el Ejército, por el compromiso de
los altos mandos con la dictadura corrupta de Fujimori y Montesinos.
Desde el estrado levantado en El Agustino,
un dirigente político civil, con más arrugas y más kilos (como se
definió a sí mismo), recordaba la noche del viernes que un congresista
de la época había reclamado por un general capaz de ponerle alto a la
descomposición del Estado y las Fuerzas Armadas,
al servicio de las ambiciones de un grupo que no quería dejar el poder.
Al día siguiente preguntaba si no había algún coronel dispuesto a
salvar el honor del uniforme. Entonces, dijo Humala, decidió levantarse
antes que preguntara si habría un comandante para enfrentar al dictador y
sus compinches.
El nacionalismo incipiente del año 2000 respondía a un mandato ético de separar a una parte de las instituciones militares de la profunda caída de un régimen en el que la cúpula de las Fuerzas Armadas se había sometido a una mafia de ladrones y violadores de los derechos humanos. El de 2010 propone dotar de un carácter nacional al mercado, para el progreso de los productores nacionales, ponerle freno a los apetitos lobistas y depredadores y cambiar la Constitución para forjar un país diferente. Presencia popular
El local de la Cooperativa Huancayo en El Agustino
es un amplio terreno cercado, en el cual se había armado un estrado
elevado en el que se encontraban ubicados invitados de varios partidos
de izquierda, congresistas nacionalistas y del Bloque Popular (ex UPP),
dirigentes de la CGTP, la CUT y otras organizaciones sociales y
representantes de las regiones, entre los que se encontraba el
presidente electo del Cusco,
Coco Acurio. Dos pantallas de gran tamaño reproducían lo que estaba
sucediendo en el estrado y sirvieron para presentar el video
recordatorio de los hechos de Locumba.
La asistencia estaba compuesta por una gran cantidad de delegaciones provincianas: Cusco,
Ayacucho, Tacna, Piura, Cajamarca, entre otras, estaban allí
representadas y formaban un compacto grupo de manifestantes que cubrían
con sus ponchos y sombreros las zonas delanteras de la concentración. A
su lado estaban los conos limeños, con banderolas que los identificaban.
Miles de chalecos rojos y sombreros del mismo color, con la letra O
(símbolo de la campaña de Humala) cubrían la noche, y era difícil evitar
contrastar esta orgullosa identificación con el tradicional color de
las pasiones, con el pánico de otros grupos políticos al color de la
rebeldía histórica.
También era notable la composición social de
la asistencia a la cita nacionalista, respecto a lo que se ha visto en
otras manifestaciones políticas, incluidas las de izquierda y
centroizquierda. De hecho se trataba de una reunión del pueblo-pueblo,
de los que menos tienen y que sin duda piensan en el comandante de
Locumba como un líder para cambiar este destino que los desfavorece.
Una
menuda mujer que, levantada de su asiento en la parte delantera, no era
mucho más alta que cuando estaba sentada, y que lanzaba arengas que
eran seguidas por toda la masa, no era por supuesto una política
experimentada, menos una tránsfuga o una aspirante a puesto público.
Era
la imagen de una campesina serrana que venía a conquistar el gobierno y
el poder. Y lo mismo más atrás, miles de voces de personas para las que
la política recién estaba adquiriendo algún significado.
Raúl Wiener Redacción | |||||||||
La unidad de clases por un Perú nuevo
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