La hoja de coca (Erythroxylum coca; Erythroxylum novogranatense) fue la
planta sagrada de los Incas y su consumo entre los pueblos
andino-amazónicos de hoy en el Perú sigue siendo de vital importancia y
significación como factor económico, ritual, medicinal, social y
cultural.
Al respecto, el Dr. Fernando Cabieses Molina, destacado
médico neurólogo recientemente fallecido en su libro “La coca ¿dilema
trágico?” (Lima, 1992), escribe: “Pero donde la coca se hace totalmente
insustituible es en sus funciones sociales como mecanismo de integración
y de solidaridad. El profundo significado místico, religioso,
mitológico y arraigadamente cultural de la coca, no es reemplazable por
ningún otro elemento en el mundo andino. Al abolirse el uso de la coca
desaparecería una utilísima herramienta de integración cultural, un
símbolo del ser o no ser andino, un elemento sociológico de profunda y
milenaria raigambre, filtrada y depurada por siglos de vida humana en el
Ande. La abolición de la coca resultaría así en un cruel acto de
etnocidio, de asesinato cultural y de violación flagrante de los
derechos humanos”.
A la indiscutible autoridad científica del Dr.
Cabieses Molina con relación a las virtudes de la hoja de coca se suman
otras opiniones. El experto y defensor de la coca Baldomero Cáceres en
su texto “Mamacoca” (9-10-2002) cita a Monardes (1565); Unánue
1794,1821; Mantegazza 1857,1859; Moreno y Maíz 1868; Christison 1876;
Ulloa, Colunga y Ríos 1888; Mortimer 1901.
Sin embargo, tal
como señala Cáceres en el texto citado, el picchado, chacchado o coqueo
andino-amazónico ha sido considerado por otros autores mayormente sin
base científica como una forma de “intoxicación crónica” y cuyas
consecuencias son, según esos autores, débil rendimiento mental y
pobreza social y cultural. Precisamente los trabajos de los psiquiatras
Hermilio Valdizán, 1913 y Gutiérrez Noriega 1944-1946, sirvieron como
fundamento a la condena y penalización de la hoja de coca en la
Convención Única de Viena de 1961 que califica a la hoja de coca de
estupefaciente
y al picchado o chacchado de toxicomanía.
En
efecto, el Informe de la Comisión de Estudio de la Hoja de Coca de las
Naciones Unidas -nos recuerda Baldomero Cáceres-, así como el punto de
vista del Comité de Expertos de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) que se negó a poner al día la información científica sobre la coca
en los años 1952, 1953 y 1993 sirvió como sustento a quienes
estigmatizaron la hoja de coca y su consumo tradicional con argumentos
plagados de prejuicios y racismo contra los pueblos andino-amazónicos.
La
condena de la hoja de coca por la Convención Única de Viena de 1961 no
ha hecho sino agregar más elementos prejuiciosos a los enemigos de la
coca del pasado y del presente quienes, bajo la capciosa aseveración
anticientífica que el consumo tradicional de la hoja genera efectos
negativos a la salud de los consumidores, arrojan una perversa
insinuación racista sobre los pueblos andino-amazónicos.
“Por su
agresividad hacia el mundo andino, la legislación del siglo XX en torno a
la hoja de coca, particularmente aquella generada a partir de la
Convención Única de Estupefacientes de 1961, no tiene parangón con
ninguna otra, ni siquiera del siglo XIX o, incluso, con los de la
colonia”, confirma el equipo integrado por Juan Ossio Acuña, Alejandro
Ortiz Rescaniere, Fernando Cabieses Molina, Óscar Núñez del Prado, Percy
Paz Flores, Lauro Hinostroza y Pilar Dávila en el ensayo “Cosmovisión
Andina y uso de la coca” y publicado en el libro “La coca…tradición,
rito, identidad” (México, 1989).
Recientemente, el Dr. Alfonso
Zavaleta, Catedrático de Farmacología de la Universidad Cayetano Heredia
en un debate radial con el Dr. Teobaldo Llosa, formuló la siguiente
afirmación: “Los chacchadores de hojas de coca con el tiempo bajaban su
cuociente intelectual”.
La confusión entre coca y cocaína y la
“guerra mundial contra las drogas” desatada desde los centros de poder
político y económico mundiales, especialmente desde Estados Unidos, han
radicalizado las posiciones racistas contra los picchadores o
chacchadores de la hoja de coca. Porque tanto la Convención de Viena de
1961 como las estrategias de la política antidrogas se plantean como
objetivo la erradicación de dicha planta, por ser la materia prima del
clorhidrato de cocaína, una de las drogas en uso en las sociedades
globales y postmodernas del siglo XXI.
Pero la erradicación de la hoja de coca, como han opinado los mayores expertos mundiales en dicha especie vegetal y sus usos naturales y legales, entre ellos médicos, etnobotánicos, antropólogos, etnohistoriadores, sociólogos, nutriólogos, entre otros, es una forma de racismo, una violación de los derechos humanos y hasta un soterrado etnocidio contra millones de peruanos.
Peruanos
que en el pasado edificaron maravillas arquitectónicas como
Macchupicchu, construyeron sofisticados modelos productivos y crearon
sistemas de pensamiento y cultura que asombran al mundo y que en el
presente son pueblos que no sólo ofrecen a las sociedad del siglo XXI
alternativas a una nueva relación con la Madre Naturaleza, la Pachamama,
amenazada por el calentamiento climático, sino también valores morales y
espirituales a una sociedad humana a la deriva.
La unidad de clases por un Perú nuevo
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